14 mar 2013

De la miseria que no conocemos.

Estamos acostumbrados a ignorar a esa gente que nos pide una moneda, muchas veces sin darle ni siquiera una mirada, algo. 
La verdad es que nos han educado para ser apáticos ante las personas menos afortunadas, y regodearnos si llegamos a dar un poco para ayudar a otros. Lo cierto es que todos compartimos un mundo. Pobres, ricos, animales, gays, heterosexuales, católicos, ateos... Y al final todos vamos a parar al mismo lugar.


Todos los días pasaba a la misma hora por esa avenida, camino al trabajo,  y también camino al billar, camino a casa de mamá. Y aquél hombre vestido con harapos, que siempre olía a orines y a mezcal, siempre estaba sentado en el mismo lugar.

Por reflejo, siempre aventaba cualquier moneda que tuviera en el bolsillo a la pequeña lata frente al vagabundo. Ni siquiera lo miraba, sólo lo hacía en automático. 

Manuel nunca se había detenido nunca a pensar en esa gente, hasta que un fin de semana en casa de mamá, ella contó una historia que hizo que de pronto todo estuviera en perspectiva.

¿Te acuerdas de Rafael? Él y su hermano Josué siempre venían a jugar cuando ibas en primaria. Rafael es como dos años más grande que tú y siempre fue un niño muy educado. Es horrible lo que le está pasando, y pobre de su mamá que sufre con todo y ya sabes que está enferma de la presión, pero no saben qué hacer ni si pueden hacer algo.
Ah, es que no sabes. Rafael se casó hace dos años, una chica muy bonita que además era maestra de kinder. Estaban muy felices, pero no sabían por qué ella no se había embarazado. El asunto es que por fin lo lograron y estaban muy felices, ellos y la futura abuela. La muchacha no tenía familia en la ciudad, pues se vino muy chica de su pueblo en Michoacán, y sus papás le dejaron de hablar después de eso. El chiste es que Rafael se tuvo que ir a Tijuana por cosas del trabajo, ves que estudió para ingeniero y pues lo mandaron para allá una semana. Su esposa, que creo que se llamaba Valeria o Verónica, algo así, pues se quedó sola en la casa y, con la panza ya bien grandota, pues se cansaba mucho, entonces se fue a dormir, pero se le olvidó apagar unas velas que tenían en la sala, en un altar a Santa Isabel, porque te digo que no se podían embarazar y se los cumplió, pero resulta que quién sabe cómo la flama se pasó a un mantelito que tenían ahí, y después a las cortinas y todo.
Cuando Valeria, porque ya me acordé que así se llamaba, se despertó, toda la casa ya se estaba quemando, los vecinos ya habían llamado a los bomberos, pero cuando llegaron, sólo apagaron lo que quedaba y adentro se encontraron nada más con el cuerpo de la muchacha toda quemada y pues tampoco pudieron salvar al bebé.
Le llamaron a la mamá de Rafael y ella le habló a él, que se regresó como pudo de Tijuana y pues, pobrecito, estaba devastado, no quiso ni ir al funeral y dicen que se la pasó encerrado en su cuarto en casa de su mamá casi un mes. Pero cuando salió, no se dieron cuenta, y no supieron nada de él hasta hace dos semanas, que Josué andaba en Guadalajara y le pareció ver a su hermano, pero que andaba todo mugroso y pidiendo limosna, pero que cuando le habló por su nombre y fue a alcanzarlo, Rafael parecía no escucharlo o no conocerlo, así bien raro. Trató de traérselo de nuevo para acá, pero se puso a gritar y a patalear y al final llegó la policía y le dijeron a Josué que mejor así lo dejara, que si era su hermano, no podía ya hacer nada, porque se notaba que había quedado loquito y no lo recordaba.

Mamá suspiró y tomó de su taza de café mientras movía la cabeza con pena.

Es que uno no termina en la calle nada más porque sí, a veces ni te imaginas por todo lo que una persona tuvo que pasar para acabar así. 

De regreso a casa, no vio al indigente que siempre estaba en esa calle. Ni al día siguiente camino al trabajo ni de regreso. Se acercó a un policía que siempre pasaba a darle un vaso de café y le preguntó por él, pues la historia que su madre le había contado le dejó muy angustiado.

Ayer en la madrugada lo encontraron, le dio hipotermia y pues ahí quedó, bien triste porque todos los días era el único que siempre saludaba con una sonrisa, quién sabe si tenía familia, nada más hablaba de una Isabel, pero quién sabe si era real o se la imaginó en su locura. 

Manuel sintió un nudo en la garganta y siguió su camino a casa.

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